9/7/25

77. El poder del perdón y el duelo ambiguo

 


Despedirse en vida de mi hijo Xavi, víctima de Alienación Parental.

Hay silencios que pesan más que mil palabras. A veces uno cree que para estar en paz basta con callar lo que duele, esconderlo debajo de las rutinas, disfrazarlo de orgullo o de distancia. Pero la verdad es que lo que no se dice, se queda. Lo que no se sana, se hereda.

Perdonar no es rendirse ni olvidar. Es mirarse de frente, con toda la fragilidad expuesta, y reconocer que a pesar de los errores, de los gritos, de las ausencias o de las palabras dichas demasiado tarde, el amor sigue vivo, aunque a veces no sepamos cómo tocarlo.

Hay una fuerza callada en el perdón. Un hilo invisible que, cuando uno se atreve a soltar el peso, vuelve a unir lo que parecía perdido. Quizá no devuelva lo que fue, pero abre espacio para que algo nuevo crezca: un gesto, una mirada, una puerta entreabierta por si un día quieres volver.

Hoy comprendo que a veces el perdón no se pide ni se exige. Se ofrece. Se deja sobre la mesa, como un pan recién hecho que alguien puede tomar cuando tenga hambre. Quizá no hoy, quizá no mañana. Pero ahí está: limpio de reproches, tibio de esperanza.

Te pienso aunque no estés. Te pienso aunque estés. Te nombro sin decir tu nombre porque se me queda atragantado en la lengua y en los días.

Hay un lugar donde sigues creciendo sin mí. Hay un lugar donde sigo esperando sin ti.

No sé qué palabras te contaron para que dieras media vuelta. No sé qué heridas te tatuaron en mi nombre. Lo que sí sé es que no fuiste tú quien levantó ese muro — fuiste arrastrado a levantarlo.

Y yo me quedé del lado equivocado, tocando la piedra fría con la palma, buscando grietas.

Dicen que tengo que soltar, pero nadie enseña a soltar lo que sigue respirando. Dicen que la esperanza mata lento, pero no tenerla mata en seco. Así que la sostengo, la dejo sentarse a mi lado cuando cierro los ojos. Y aprendo a vivir así: contigo y sin ti. Te libero por dentro para que un día, si quieres, vuelvas sin miedo. No dejaré de barrer la entrada por si acaso decides llamar.

Este amor no suplica, no presiona, no acusa: resiste, aguanta, respira conmigo. Y cuando me flaquean las fuerzas, me repito que no es una muerte, es un hilo invisible que no corta ni el silencio, ni la distancia, ni la herida. Un hilo que me recuerda que el amor de verdad no se disuelve,

solo se repliega. Aquí está, sin fecha de caducidad. Para ti, cuando quieras volver. Para mí, para seguir viviendo.

Si alguna vez tropiezas con estas palabras, quiero que sepas que aquí no queda rencor. Solo queda una voz que, callada o en susurro, siempre te nombra sin reproche, y siempre, siempre, te espera.

Papá.

 

 

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