El amor, cuando es de verdad, no te pone a prueba cada día. No te desvela
con dudas ni te llena de silencios que duelen. El amor real no es un campo de
batalla, es un refugio.
Es esa voz que calma, esa mirada que abriga. Es saber que puedes soltar el
aire, dejar de estar a la defensiva, y simplemente ser.
Mereces un amor que no llegue para agitarlo todo, sino para traer paz. Que
no confunda, que no exija explicaciones constantes, que no te haga sentir que
tienes que ganártelo.
El amor no debería doler, ni agotar, ni empujar al límite. Debería hacerte
sentir seguro. Dormir tranquilo. Vivir con más ligereza.
Un amor sereno no pide que te transformes para encajar, sino que te abraza
como eres. Te sostiene cuando todo tiembla. Te cura sin hacer ruido.
Ese es el amor que mereces: uno que se quede. Uno que no pese. Uno que,
simplemente, te haga bien.
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